En 2013, la Asociación Médica Estadounidense (AMA) clasificó oficialmente la obesidad como una enfermedad. Este anuncio marcó un cambio significativo con respecto a la percepción tradicional que la vinculaba principalmente con la pereza, las malas decisiones o la falta de voluntad.
Tras la declaración, el panorama mediático se llenó de debates. La frase «AMA declara la obesidad como una enfermedad» acaparó titulares en todas partes, desde publicaciones científicas hasta medios de comunicación tradicionales, poniendo el tema en el punto de mira. La obesidad dejó de ser un problema secundario para convertirse en el centro de la conversación nacional. Se pidió a expertos en salud, desde académicos hasta ponentes de charlas TED, que exploraran las implicaciones y abordaran la pregunta persistente: ¿ Es la obesidad realmente una enfermedad?
Hasta el día de hoy, esa conversación continúa.
¿Es la obesidad realmente una enfermedad?
Las normas sociales y las creencias arraigadas suelen tardar en cambiar. Junto con la innovadora clasificación de la AMA de 2013, comenzaron a surgir contraargumentos. Un artículo de Forbes, por ejemplo, advertía que referirse a la obesidad como una enfermedad podría ser un error. El autor sostenía que, así como las tasas de tabaquismo disminuyeron gracias a un cambio de comportamiento proactivo, la obesidad debería combatirse de forma similar con responsabilidad personal, no solo con etiquetas médicas.
Los críticos sugieren que considerar la obesidad como una enfermedad podría eximir a las personas de realizar mejoras necesarias en su estilo de vida, como adoptar dietas más saludables o hacer ejercicio. Para ellos, esta etiqueta puede erosionar el valor de la responsabilidad personal. Por otro lado, los defensores argumentan que considerar la obesidad como una enfermedad abre la puerta a mejores estrategias de tratamiento, investigaciones más profundas y un enfoque más compasivo en la atención.
Un punto de vista diferente apareció en The Atlantic, enfatizando que la relación entre el peso y la salud no es nada simple. Señaló que aceptar la obesidad como una enfermedad no necesariamente niega la necesidad de cambios en el estilo de vida y, posiblemente, la AMA nunca insinuó que así fuera.
¿Por qué algunas personas se resisten a la etiqueta de enfermedad?
En la cultura estadounidense, la responsabilidad personal desempeña un papel fundamental en el debate sobre la salud. Un estudio de 2020 publicado en Perspectives in Psychological Science arrojó luz sobre esta mentalidad, señalando que, a pesar de los constantes mensajes que instan a las personas a hacerse cargo de su salud, las enfermedades prevenibles siguen siendo comunes . Los autores vincularon estas expectativas sociales con diversos temas, desde libros motivacionales hasta campañas de bienestar.
A primera vista, la idea de que la obesidad es una enfermedad puede parecer contradictoria con el énfasis en la elección personal. Sin embargo, esta tensión no es exclusiva de Estados Unidos; publicaciones internacionales como el British Medical Journal también la abordan. Cabe recordar que recibir un diagnóstico de enfermedad no excluye las recomendaciones para una mejor alimentación o actividad física. De hecho, estos cambios suelen ser parte esencial del tratamiento.
Algunos médicos dudan en aplicar la etiqueta de enfermedad por temor a que pueda transmitir a los pacientes el mensaje erróneo de que sus acciones ya no influyen en sus resultados de salud. A esta complejidad se suma el hecho de que la obesidad no se manifiesta con síntomas claros y directos. Se diagnostica con mayor frecuencia mediante el índice de masa corporal (IMC), que a su vez ha sido criticado por sus limitaciones. Algunos profesionales sugieren alternativas como la circunferencia de la cintura o el índice cintura-cadera como métricas más precisas.
Otro obstáculo es la falta de consenso sobre qué define exactamente una enfermedad. Muchas definiciones requieren síntomas evidentes, algo que la obesidad no siempre presenta.
Aun así, es innegable que la obesidad contribuye a numerosos problemas de salud, incluidas enfermedades cardíacas, cáncer, diabetes tipo 2 y trastornos del sueño.
¿Qué sucede cuando la obesidad se trata como una enfermedad?
La AMA identificó varios beneficios potenciales al reconocer la obesidad como una condición médica:
- Educación mejorada para los proveedores de atención médica sobre el tratamiento de la obesidad, tanto durante la facultad de medicina como en la práctica.
- Una disminución del estigma social tanto del público en general como de los profesionales médicos.
- Mayor cobertura de seguros para tratamientos dirigidos específicamente a la obesidad
- Aumento de la financiación para la investigación de métodos de prevención y tratamiento
Los recientes avances en la medicación para la obesidad, como la creciente popularidad de los agonistas del receptor GLP-1, han reforzado este cambio de perspectiva. Dado que muchas personas asocian las enfermedades con la existencia de medicamentos eficaces, estos tratamientos han contribuido a reforzar el enfoque médico de la obesidad. A medida que más pacientes preguntan sobre estos fármacos, resulta más fácil para los profesionales de la salud abordar la obesidad como una enfermedad multifactorial que aún incluye componentes conductuales y de estilo de vida.
Preguntas frecuentes
¿La obesidad es una enfermedad o un trastorno?
La obesidad se clasifica ampliamente como una enfermedad crónica. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), más del 42 % de los adultos de mediana edad en Estados Unidos la padecen. La obesidad desempeña un papel importante en la aparición y progresión de enfermedades crónicas como la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes tipo 2, la degeneración articular, ciertos tipos de cáncer y más.
¿Es la obesidad una condición a largo plazo?
Sí. La obesidad se ajusta a la definición de enfermedad crónica de los CDC: persiste durante largos periodos y requiere atención continua, afecta la vida diaria o ambas cosas. Las enfermedades cardíacas, el cáncer y la diabetes tipo 2 son enfermedades crónicas comúnmente conocidas, y la obesidad aumenta significativamente el riesgo de padecerlas. Además, los CDC informan que la obesidad aumenta la probabilidad de padecer diversas afecciones, como accidentes cerebrovasculares, muerte prematura e hipertensión arterial.
En términos financieros, de los 3,3 billones de dólares que Estados Unidos gasta anualmente en enfermedades crónicas, 1,4 billones están relacionados con la obesidad.
¿Cómo se relacionan la obesidad y la salud mental?
Existe una sólida evidencia de una relación bidireccional entre la obesidad y los problemas de salud mental. Por un lado, afecciones psicológicas como la depresión o la ansiedad pueden contribuir al aumento de peso. Por otro lado, vivir con obesidad puede empeorar el bienestar emocional.
Varios factores explican por qué las enfermedades mentales pueden aumentar el riesgo de obesidad:
- Los medicamentos psiquiátricos a menudo promueven el aumento de peso y la resistencia a la insulina.
- Afecciones como la depresión o la ansiedad pueden alterar el sueño, reducir la actividad física o provocar malos hábitos alimenticios.
Por el contrario, las personas con obesidad tienen un mayor riesgo de desarrollar trastornos de salud mental. Esto puede deberse a problemas de autoestima, malestar físico y el estigma social asociado al peso. Además, las células grasas liberan ciertas sustancias químicas que pueden afectar la función cerebral, lo que agrava aún más el impacto emocional de la obesidad.
Debido a que esta relación es compleja, es importante que los proveedores de atención médica monitoreen a los pacientes con obesidad para detectar problemas de salud mental y viceversa.
¿Se considera la obesidad grave una discapacidad?
La obesidad de clase III, anteriormente denominada obesidad mórbida, puede provocar graves complicaciones de salud que podrían dar derecho a recibir ayuda por discapacidad. Sin embargo, padecer obesidad severa no implica automáticamente que una persona no pueda trabajar. Muchas personas con obesidad de clase III continúan desempeñando su trabajo sin problemas. La elegibilidad para recibir prestaciones por discapacidad depende de si la condición limita gravemente la capacidad de la persona para realizar tareas cotidianas o laborales.